• marzo 19, 2024 12:55 am

Historia

Se construye la gran casona roja…

El liceo Manuel Barros Borgoño nació a la vida pública el día 22 de enero de 1902 con el nombre de “Liceo de Hombres Nº 2 de Santiago”. Físicamente el establecimiento estuvo ubicado, en sus primeros años, en la calle San Francisco Nº 1150, y su primer rector fue don Luis Aurelio Pinochet, quien asumió funciones a partir del 1 de abril del mismo año. En 1903, el director y su cuerpo docente, motivados por una gran admiración hacia la figura del recientemente fallecido doctor Manuel Barros Borgoño, solicitaron que el establecimiento que fuera fundado gracias a su gestión, pasara a llamarse Liceo de Hombres “Manuel Barros Borgoño”, como un homenaje a las virtudes y méritos excepcionales que este profesional tuvo en el campo de la medicina, la educación y el servicio público. Finalmente, por Decreto de Gobierno del 2 de mayo de 1903, nuestro liceo acogió el prestigioso nombre que lo identifica y lo distingue hasta nuestros días.

La aurora de la comunidad Borgoñina.

Desde la fundación del liceo en 1902, el establecimiento de la calle San Francisco, se llenó de inquietos espíritus infantiles y juveniles, ya que en ese entonces se formaba, además, a niños de preparatoria. Tras tener clases con destacados profesores como Pedro Aguirre Cerda y Mardoqueo Yáñez, los estudiantes salían de sus aulas alegres y contentos por la jornada cumplida; y la mayor parte de esta incipiente juventud intelectual se dirigía caminando a sus hogares, ubicados en los sectores aledaños. Las añejas calles Santa Rosa, Tarapacá, Copiapó, Serrano, Coquimbo, Diez de Julio y Ñuble, entre otras, conformaban el entorno que cobijaba a la mayoría del incipiente alumnado barrosborgoñino de principios de siglo veinte.

En las décadas del diez y el veinte, la comunidad escolar del liceo estuvo conformada por gran cantidad de estudiantes provenientes de poblaciones que se habían asentado recientemente en el sector sur de Santiago, el de mayor crecimiento demográfico. La mayoría de los estudiantes barrosborgoñinos eran hijos de funcionarios públicos y de esforzadas familias que habían migrado del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. La minoría, en cambio, estaba formada por inmigrantes extranjeros que escapaban de la Gran Guerra (1914-1918) que, tras su llegada, nutrieron la calidad estudiantil y ayudaron a diversificar aún más el heterogéneo grupo de liceanos.

Desde el punto de vista institucional, en 1927 se cumplieron los 25 años del liceo y un año más tarde, con motivo de tales bodas de plata, los profesores Julio Guerra Miranda, y Ernesto Guzmán, docentes de música y lengua castellana, respectivamente, compusieron el célebre “Caminito Sonoro”, himno que representa el sentir de la comunidad borgoñina desde entonces hasta nuestros días.

El aumento sistemático de la matrícula escolar, que había comenzado a mediados de la década del veinte, provocó que el liceo Manuel Barros Borgoño creciera más de lo estimado, por lo que el local de la calle San Francisco se hizo pequeño. La familia barrosborgoñina necesitó, entonces, de una casa más amplia. Consecuentemente, el 26 de enero de 1929, se dispuso por decreto presidencial el cambio del liceo Manuel Barros Borgoño a su actual localización en calle San Diego Nº 1547, en el edificio de ladrillos que hasta ese entonces albergaba a la Escuela  Normal de Preceptoras Nº 3 de Santiago.

El nuevo escenario de la comunidad escolar, ubicado al surponiente del local original, en calle San Diego, permitió, asimismo, la llegada al liceo de la población en edad escolar que vivía al oeste de la carretera Panamericana y el Parque Cousiño (actual Parque O’Higgins). El liceo quedó emplazado a pocas cuadras del matadero de la provincia de Santiago, en las cercanías de las calles Franklin y Biobío, centro neurálgico del conocido Barrio Matadero, caracterizado por la actividad comercial. La inserción dentro este barrio originó la expresión “Universidad del Matadero”, característica del grito de guerra del liceo.

La diversificación del contingente estudiantil

Las décadas del treinta y el cuarenta se caracterizaron por la llegada de nuevos grupos estudiantiles al Manuel Barros Borgoño. Tras el cambio de local, el alumnado barrosborgoñino se diversificó integrando, por una parte a los hijos de militares, avecindados en las cercanías del Parque Cousiño, y por otra, a inmigrantes que huían de la Segunda Guerra Mundial, principalmente judíos y europeos orientales. Respecto de este segundo grupo, es importante destacar que la población de inmigrantes abarcaba una amplia gama de nacionalidades. No es difícil entonces, encontrar estudiantes polacos, turcos, rusos e italianos en los libros de clases de estos decenios. En el caso particular de los judíos, la mayoría de ellos se estableció en el Barrio Matadero, pujante área comercial que se presentó como un lugar apto para instalarse. Las nuevas generaciones de hebreos necesitaron, entonces, de un lugar donde estudiar, y el Barros Borgoño, un establecimiento laico y de excelencia se transformó en la opción lógica. Así, apellidos como Friedman, Melnick, Blum, Stein, y otros, se hicieron comunes en las nóminas de estudiantes de finales de los treinta y la totalidad de los años cuarenta.

La excelencia docente fue una cualidad reconocida por todos los estamentos de la comunidad educativa. Asimismo, la población estudiantil de la época se caracterizaba por su confraternidad, por lo que es posible sostener que a partir de entonces se comenzó a afianzar el sentimiento de familia borgoñina, que hasta ese momento, era llamada barrosborgoñina. La integración estudiantil llegó a tal punto que en 1947 se creó el primer Gobierno Estudiantil, equivalente al actual Centro de Estudiantes.

La Edad de Oro Borgoñina y el Cincuentenario.

En la década de 1950, la comunidad borgoñina se caracterizó por contar con destacados profesionales de la educación que hasta el día de hoy resuenan en la historia de Chile y en el extranjero. Muchos de estos docentes hicieron clases desde la década de los cuarenta, pero la gran conjunción de profesores destacados ocurrió en los cincuenta. Es menester hacer mención a Francisco Frías Valenzuela y Néstor Meza Villalobos, ambos historiadores, y a Rafael Coronel, poeta ecuatoriano, que juntos realzaron aún más la calidad académica en el Barros Borgoño.

En 1952, al cumplirse los cincuenta años de la institución, se organizaron una serie de actividades para su conmemoración. Con Hermógenes Astudillo a la cabeza de la comunidad borgoñina, además de la tradicional celebración dentro del establecimiento, destacó la elaboración del “Himno del Cincuentenario”, de la mano del alumno Jorge Lucares Lafourcade.

Otro acontecimiento de índole musical, de gran relevancia, acaeció en esta época cuando el coro del liceo grabó por primera vez el Caminito Sonoro en vinilo. Esta es la versión que escuchamos hasta el día de hoy en las distintas actividades que desarrolla la familia borgoñina.

El alumnado de la época se caracterizó por formar equipos de fútbol y básquetbol de alto nivel, que llegaban a las finales frente al Instituto Nacional. Las luchas eran tan competitivas que éste es el origen de la tradicional rivalidad liceana. En lo netamente académico, estudiaron en el liceo en estas generaciones personajes como Fernando Alarcón, Enrique Krauss, Eduardo Ravani y, el recientemente jubilado profesor Sergio Lobos Saavedra.

El despertar de la juventud.

Un sello característico del Manuel Barros Borgoño en la década de los sesenta, tal como en años anteriores, fue el enciclopedismo y la excelencia académica del cuerpo de profesores que en ese entonces era fundamentalmente masculino. Destaca en esta época, la labor docente de Leopoldo Meneses, profesor de Lenguaje, orientador y futuro rector. Otros docentes dignos de mención son Osvaldo Barros y Julio Márquez, este último de gran importancia académica y política durante el gobierno de la Unidad Popular.

Institucionalmente, el liceo ya contaba con gran prestigio y estaba, tal como ahora, a la par con los principales establecimientos educacionales del país. Precisamente, un elemento que ayudó a posicionar al Barros Borgoño en las grandes ligas, fue el resultado de las primeras Pruebas de Aptitud Académica, que reflejaron la calidad de la educación impartida.

La población escolar estaba formada en su mayoría por hijos de comerciantes de origen nacional y extranjero, principalmente turcos, avecinados en las cercanías del establecimiento. Esto demuestra nuevamente, la ya típica heterogeneidad del alumnado borgoñino. Los jóvenes liceanos, estuvieron marcados por la música de The Beatles y de los incipientes conjuntos rockeros que eran escuchados en los wurtlitzers de la fuente de soda Marilyn, localizada frente a la Casona Roja. Asimismo, existían los llamados “inspectores alumnos”, calidad que poseían los estudiantes sobresalientes. Su función era apoyar la labor docente. Gestión que era complementada también por las actividades de extensión realizadas en el Refugio Borgoñino de Llolleo, donde alumnos y profesores vivían jornadas de reflexión los fines de semana.

La polarización política y las crisis estudiantiles

En los convulsionados años setenta, la polarización política también se evidenció en las aulas borgoñinas. Las disputas entre estudiantes de derechas e izquierdas eran tan habituales que entorpecían el normal desarrollo de las actividades académicas. En el aspecto netamente ideológico, la mayoría del alumnado tenía una inclinación falangista, de manera, que los enfrentamientos, a pesar de generar problemas de funcionamiento, no terminaban en enfrentamientos muy masivos. La inestabilidad, eso sí, provocó serias represalias por parte de la administración de Leopoldo Meneses, quien el año 1972 determinó la suspensión de la totalidad de los alumnos de determinados cursos y la cancelación de la ceremonia de graduación. Ese mismo año, el liceo se encontró con una generación mixta por primera vez en su historia, experimento que no resultó del todo satisfactorio y llevó a don Ernesto Carrasco a reestablecer el sistema de liceo para varones en 1976. A fines de la década de 1970, llegó a la administración del liceo quien, a juicio de prácticamente la totalidad de quienes trabajaron en su época, ha sido uno de los mejores directores del Barros Borgoño, don Óscar Mery. Durante la gestión del señor Mery, el liceo se caracterizó por tener un clima institucional muy agradable, lo que permitió la existencia de una red de camaradería que fomentaba la existencia de la mística borgoñiña. Es en esta época, cuando comenzó a surgir dentro del liceo la oposición organizada de los estudiantes frente al gobierno militar, respondiendo a las reacciones sociales surgidas a nivel nacional tras las consecuencias dejadas por la grave crisis económica de 1982.

Éxodo y regreso a la Casona Roja

El terremoto del 3 de marzo de 1985 es un hito importante en la historia del liceo. Los graves daños causados por el sismo a la vetusta estructura decimonónica la dejaron inutilizable para fines académicos. Esto supuso el cambio forzoso del establecimiento educacional, en una primera instancia al local del Liceo 7 de Niñas, y en una segunda instancia a la escuela básica de calle Tocornal Nº 1445. Este último local albergó al personal académico y administrativo y a toda la comunidad borgoñina entre 1985 y 1988. Al año siguiente se volvió al establecimiento de San Diego Nº 1547 después de una larga lucha estudiantil y docente por recuperar el inmueble. Este período fue el más conflictivo y reaccionario contra el régimen militar, lo que coincidió con el proceso de municipalización de la educación chilena. Los estudiantes del Barros Borgoño organizaron movilizaciones y tomas para exigir cambios radicales. El punto más álgido de estos movimientos estuvo inserto, precisamente, en la lucha por recuperar el inmueble de San Diego, ya que en 1988, un grupo de alumnos del liceo ocupó las dependencias abandonadas de la Casona Roja, exigiendo su restauración y utilización para fines exclusivamente académicos, ya que el edificio estaba a punto de ser entregado a Carabineros de Chile o, en su defecto, al Ballet Folclórico Nacional.

El Borgoño en los noventa y el Centenario

El reestablecimiento de las funciones de la comunidad borgoñina en el Barrio Matadero fue seguido por importantes cambios políticos a nivel nacional. Tras el retorno a la democracia en 1989, se produjeron reestructuraciones en la administración del liceo. De esta forma, en 1991, el Manuel Barros Borgoño recibió como rector a don Jaime Santibáñez Le-Roi, cuya gestión se caracterizó por resaltar los valores laicos de la institución. Desde inicios de los noventa, el liceo comenzó a abrirse a nuevos proyectos entre los que se consideran el desarrollo del área extraescolar -que posicionó al Borgoño como líder en este ámbito dentro de la comuna de Santiago-, el mejoramiento de la infraestructura con el apoyo del Centro General de Padres, y la introducción de las nuevas tecnologías al servicio de la educación, entre ellas, la computación y los recursos multimediales. Asimismo, a partir del último lustro de los noventa, el liceo comenzó a experimentar la partida de profesores emblemáticos, entre los cuales se cuenta don Domingo Espejo, uno de los más queridos y recordados por los estudiantes.

El año 2002, la comunidad borgoñina se enfrentó a uno de los acontecimientos más trascendentales de la vida institucional: el Centenario. Para este efecto, la tradicional celebración, ocurrida durante la administración de Nancy Cavieres, contempló además de las actividades tradicionales, la realización de un acto conmemorativo en el Teatro Municipal de Santiago. El Himno del Centenario, fue compuesto por Héctor Cordero y musicalizado por la profesora Yolanda Venegas.

Hoy en día, a 113 años de su creación, el Liceo Manuel Barros Borgoño sigue en pie, constituyéndose como un actor relevante dentro de la educación pública chilena. Es una institución que mantiene y mantendrá los valores que inspiraron a los pioneros que la vieron nacer y que creyeron en la aventura que representa la formación integral de la persona humana.